Cuando con el novio nos ponemos filosóficos, nos da por reflexionar sobre lo feliz que fue nuestra infancia en un barrio típico de pueblo chico - en Constitución y Puerto Montt, respectivamente. - y de lo re-bakán que sería criar a nuestros futuros pollos así, lejos del diabólico ruido, el tráfico, la nube de smog piuj , la lluvia ácida y todos los peligros asociados a la vida capitalina. Lo vemos medio difícil y quién sabe dónde nos lleva la vida, pero ahora que vivo en un pueblocu de nuevo (lets face it: Adelaide is a TOWN) y veo a los cabros chicos yéndose solos al colegio porque nadie se los rapta , me dan puras ganas de vida pueblerina de nuevo.
Y es que haber crecido en un barrio que era como la versión macro de la vecindad del Chavo realmente fue un privilegio. Por eso, he decidido dedicar este post a la población más pulenta de la décima región de Chile: la PICHI PELLUCO.
Ya, antes de que se rían del nombre de mi barrio de infancia, dentro a explicar: Pichi Pelluco significa PEQUEÑO Pelluco, y fue bautizada así porque cruzando el cerro que estaba frente a mi casa, estaba el popular balneario aquel, donde íbamos con mi hermano a cagarnos de frio todo el verano. Ahí vivimos 4 de los 5 años que pasamos en Puerto Montt, en una casa de madera de un piso, enorme, que ahora es un centro de distribución de Abastible (snif). Una casa con cerco de madera que no asustaba a nadie y que aún aparece en mis pesadillas, cuando sueño que viene un malo y trata de abrir la puerta por fuera y el pestillo interior no funciona. En la vida real esto nunca ocurrió, ya que pese a que la pobla era medio brígida, nunca pasaba nada de esa magnitud. Lo que si ocurrió una vez, fue que alguien se robó la puerta del cerco, imagino que para hacer fuego. No lo culpo mucho al señor ladrón, ya que en Puerto Montt de Chile se rajaba lloviendo 11 de los 12 meses del año y la leña era bien cara oiga!
Igual, esos días que no llovía y que incluso había ese cielo azul de que habla la canción de Los Iracundos (que CLARAMENTE nunca estuvieron en Puerto Montt) nos pasábamos todo el día jugando en la calle y en la plaza que en vez de pasto tenía conchitas de almeja.
Por todo lo antes mencionado es que cuando veo a los cauros chicos encerrados en el patio de su edificio o del condominio, me da como un algo en el pechito. Uno que creció a la Papelucho, (8) libre libre como el viento (8) siente que algo anda mal con este modelo urbano, donde los mocosos con suerte ven la luz cuando van en el auto camino al Mall. MAL.
Como sea, mi infancia papeluchistica fue un lujo y ahí les van las razones que hacen de la Pichi Pelluco una pobla DE CULTO.
Los vecinos variopintos y Kiko
Realmente, al menos cuando yo viví ahí entre el 90 y el 94, en mi cuadra había de todo pero de TODO tipo de gente. Estaba el señor taxista, el suboficial de Carabineros, el profe, la familia pechoña, el futbolista de Deportes Puerto Montt, etc . Y por supuesto, la familia pudiente de la manzana, a cuyo primogénito le faltaba el puro traje de marinerito. El mocoso en cuestión se llamaba Carlos Alejandro. Le decían “cabeza de playmobil”, porque tenía un singular peinado pelelístico con la parte de arriba achatada. El guatoncu ese SIEMPRE tenía todo los juguetes de moda. Fue el primero en cambiar el Atari por un Nintendo (original), el primero en tener mountanbike, y el que más molestaba al “Luchito”, que era un niño al que, ahora que lo pienso, lo tenían de goma en la casa, para los puros mandados. El guatoncu desgraciado le cantaba algo así como (8) Luchito esclavo, picando leña, lavando ollas, Luchito esclaaavo (8).
En esa misma familia, había una niña que era media fofita, a la cual criaban puras señoritas solteras. Eran como mil tías y todas bien copuchentas y pechoñas. Me acuerdo que a esa niña no la dejaban salir mucho, porque le podía pasar “algo”, y de hecho le pasó, porque un longy una vez se la trató de llevar al cerro, pero el guatón cabeza de Playmobil avisó en la casa y menos mal no le pasó nada. Ahí, las restricciones para fofita se acrecentaron y como que perdimos onda. Nunca más supe de ninguno de ellos y ni me acuerdo de su apellido como para buscarlo en Facebook. En realidad, a esa edad, los apellidos daban lo mismo.
Mateo, el perro
Había un vecino, el Roberto, que tenía un pastor alemán de nombre Mateo que era loco pero LOCO. El perro era el dolor de cabeza de todas las dueñas de casa de la cuadra, ya que dejaba la pura sopa en los jardines, mordía la ropa, se metía entre las piernas y hacía que te cayeras, etc. En ese tiempo no existía regla alguna sobre tenencia responsable canina y weas, así que nadie reclamaba tampoco porque el perro andaba suelto todo el día haciendo maldades. Una vez, recuerdo, mi santa madre enceró el piso con mucho esmero y pasó chancho eléctrico y luego tuvo la mala idea de abrir la puerta para ventilar mejor. El perro se metió a la casa, dejando TODO lleno de barro, mientras la Gicha le gritaba MATEOOOOOO, PERRO DE MIERRRRDA!!!! a todo pulmón.
Pero la mejor gracia de Mateo, el perro, fue que se le atravesó en el camino al guatón cabeza de Playmobil , mientras este iba en su mountainbike, y lo hizo sacarse la cresta y media. El pobre Carlos Alejandro se quebró el brazo y aún recuerdo sus chillidos (y las risas de todos los otros cabros del grupo, que le tenían mala porque era pudiente). Igual, después el guatón rio último, porque los papás le regalaron Super Nintendo para que no llorara más. Interesado el guatón: yo me partí la cabeza como 3 veces peluseando en la calle y lo único que pedía eran cuadernos para dibujar.
Había un retén de Carabineros como a dos cuadras de mi casa, así que la relación paco-civil era de cooperación mutua más que otra cosa. Nunca me olvidaré cuando una de las tantas veces que mi hermano se perdió (su GPS interno le apareció ya bien crecido) atinó a ir a los pacos y estos, preguntándole cómo era la casa, llegaron a tocar la puerta para devolver al cabro de mieerrrrrr. Lo traían de la mano al perla, y comiéndose un dulce.
En otra ocasión, me quedé encerrada “por fuera” y me entró la desesperación, porque tenía agua hirviendo en la tetera. En mi mente infantil, imaginé que la tetera se iba a recalentar y que mi casa iba a explotar y salí corriendo donde los señores Carabineros para pedirles ayuda. Los verdes (dos) fueron y con sus implementos bakanes de paco abrieron la puerta, para que yo pudiera apagar la tetera que se quemó entera, y llamaban al cuartel por radio y todo como para darle más glamour al asunto. Les tenía cualquier buena a los policías y por eso me aprendí el himno que dice (8) dueeerme tranquila, niiiiña inocente (8) sin chistar y todavía me lo sé, pese a las mojadas del guanaco.
El almacén de la esquina
Esta es una cuestión que definitivamente echo de menos, sobre todo ahora que vivo bajo la tiranía del retail y no hay dónde xuxa comprar nada cerca de la casa si no es en el Coles. Igual, si uno se remite a lo netamente práctico, el almacén de barrio definitivamente no era del todo conveniente, los productos eran de dudosa calidad y mucho más caros que en el supermercado. Pero había cierta magia en poder ir a pedirle fiado ¼ de mortadela lisa al tío del negocio.
Con mi hermano lo que más comprábamos, eso sí, eran unos dulces productores de caries de nombre Kriko, si mal no recuerdo, que eran como unos Natur pegoteados con caramelo, o sea, eran como la prehistoria de las barras de cereal. Esos valían 30 pesos y si lográbamos subirnos a la micro sin pagar, podíamos pasar a por varios todos los días.
La dueña del almacén de mi barrio se llamaba Polonia y me acuerdo que encontraba que era el nombre más cool del mundo y que si alguna vez tenía una hija, le iba a poner igual. Después la señora Polonia sufrió una tremenda tragedia... su hijo adolescente murió en un accidente de tránsito, donde el único sobreviviente fue un cabro que por webviar tenía un casco de moto puesto. MAL. A los tiernos 10 años vi con mis propios ojales dos cosa. Uno: que la muerte llega así, de un minuto a otro, y dos: que la vida continúa. La señora Polonia cerró el boliche por duelo 3 días, luego abrió, siguió atendiendo, y vendiendo Krikos a 30 pesos. Como siempre.
THE END